El juego es tan ubicuo, natural y libre que hemos subestimado su poder. Libre y universal, el juego es una herramienta poderosa para la participación, la integración y el aprendizaje (en vez de enseñar) y esto hace que el juego se politice. El juego cuestiona la autoridad al dejarnos pensar y probar alternativas al status quo del orden social. El juego es peligroso si se libera ya que nos permite ser, pero puede resultar muy lucrativo si se controla su acceso. Debemos recuperar el juego ya que es nuestro mejor aliado a la hora de aprender quienes somos y cómo cooperar, entender y respetarnos los unos a los otros.